“—Odio tanto el arte.
—Como todo el mundo, hijo. Por eso se guarda en museos donde nadie lo ve.”
(Diálogo entre Bart y Homer Simpson)
Según el escritor Luis Racionero, “una de las columnas fundamentales de esta enorme maniobra de propaganda que es el arte contemporáneo consiste en hacer creer a quienes no lo entienden o no se emocionan con él que son una panda de ignorantes. Se les culpabiliza y así se callan” y añade “Muchos comparten esta opinión, pero pocos se atreven a expresarla” (El Cultural, 04/03/2015). Gracias Sr. Racionero por su gran valentía al expresar lo que una gran mayoría de ciudadanos ya piensa y dice. Un gesto heroico, no cabe duda.
Mire, si el arte contemporáneo es una maniobra de propaganda, debe ser la más chunga que se ha perpetrado en todo el siglo xx, ya que ha conseguido el efecto contrario. A la mayoría de gente realmente le tiene sin cuidado el arte contemporáneo, es más, un gran sector de gente a la que le interesa el arte, odia con toda su alma el arte contemporáneo.
Ahora mismo se acerca ARCO, la mayor feria de arte contemporáneo de este país, y un año más los grandes medios de comunicación irán a la caza y captura de alguna obra que sea escandalosa por su precio —algo como aquel vaso de agua medio lleno del artista Wilfredo Prieto que costaba 20 000 €. A partir de ahí solo quedará escuchar la burla de unos y el sentimiento de estafa de otros. Y lo peor de todo, es que esta información sesgada será el único contacto que tendrá la mayoría de gente con el arte contemporáneo este año.
Estaría bien hablar menos del mercado del arte para pasar a hablar de arte simplemente: contextualizar las obras en relación a otras obras del artista, a otros periodos del mismo, a su proceso de creación, a su evolución, al contexto sociopolítico del momento en el que se crea la obra, dar voz a la crítica especializada, etc. De esta forma también sería más fácil diferenciar a los artistas que realmente tienen algo que decir, de los vendedores de humo, que los hay. Pero bueno, la divulgación artística nunca podrá competir con un enorme culo de seis metros que se presente a los premios Turner y que pueda llenar alguna página de cultura del periódico de turno o unos míseros segundos de un telediario.
Olvidamos que el arte contemporáneo es solo eso: arte que convive con nosotros ahora mismo, una manera más de filosofar y de explicar la sociedad actual. En este sentido, a lo largo de la historia, todo arte ha sido en su momento contemporáneo y ha podido generar controversia.
Incluso los más conservadores han conseguido asumir con dignidad el embiste de las primeras vanguardias del s. xx, pero consideran una ofensa todo lo acontecido a partir de la década de los 60, con la posmodernidad, Andy Warhol, los artistas conceptuales, etc. El mismo Clement Greenberg, probablemente el crítico de arte más destacado del s. xx, sitúa en Jackson Pollock (1912-1956) y el expresionismo abstracto norteamericano el culmen de la historia del arte, el momento de mayor pureza en la pintura, donde una obra es solo eso, pintura, sin necesidad de representar, únicamente color, textura y composición. Después de esto, vendría todo un arte que Greenberg desprecia abiertamente, el arte contaminado por las ideas de Marcel Duchamp, probablemente el personaje más influyente de la segunda mitad del s. xx.
Por suerte, el periodista experto en arte moderno Will Gompertz interpreta ese periodo de otra forma; para él los artistas posmodernos “buscarían en los restos y pedazos de naufragios anteriores, en una colección de los mejores momentos de los movimientos e ideas del pasado. A partir de estos fragmentos ellos crearían una taquigrafía visual nueva, llena de referencias históricas y de alusiones a la cultura popular, una mezcla indigesta que ellos lograban hacer más apetecible gracias a su manierismo juguetón y a su irónica indiferencia”. Menos mal, hay vida después de Greenberg.
Probablemente, gran parte del problema se encuentra en la educación. Es triste ver que en las escuelas e institutos no se está educando a los niños y jóvenes a comprender el arte de su tiempo, algo que les puede ayudar a comprender la actualidad, que les va a despertar un sentido crítico y que los puede hacer más sensibles y libres. Por desgracia, muy pocos chavales serían capaces de citar hoy en día el nombre de algún artista contemporáneo. Y ahí andan nuestros políticos, recortando en humanidades, en filosofía, en arte… Ya se sabe, mejor no fomentar eso de pensar y tal.
Por último Sr. Racionero, aunque sé que no las necesita, le dejo aquí unas humildes recomendaciones de arte contemporáneo, que aunque para usted supongo que solo serán basura, a un gallina como yo le emocionan:
Marina Abramovic y sus performances —o Joan Jonas, menos mainstream.
El arte urbano de Banksy o de Escif.
Las instalaciones de Ai Weiwei.
Los “chinos” de Juan Muñoz.
Mats Ek y sus coreografías.
Ohad Naharin, al frente de la Batsheva Dance Company.
Los vídeos de Fiona Tan.
Las inquietantes fotografías de Andreas Gursky.
Las hiperrealistas esculturas de Ron Mueck.
Anselm Kiefer y su brutal instalación The Seven Heavenly Palaces…
¡Dios!¡¿Pero se puede ser más cobarde?!
yo lo que veo es hay demasiados temas en el arte contemporáneo y con poca coherencia, es una fiesta del exceso.
Hola!
Quizás esa es una de las características de la posmodernidad, donde ya no existen los grandes relatos y donde todo puede estar en el punto de mira: desde lo más trascendente hasta lo más cotidiano… Gracias por el comentario! ; )